Llegamos un sábado por la mañana a Roma a primera hora. El vuelo, como es costumbre en los vuelos baratos, salió tempranísimo de Barcelona. El transporte del aeropuerto de Ciampino a la estación de tren de Termini se hace en tren que se puede coger directamente en el propio aeropuerto. Después de unos 30-40 minutos de trayecto en un tren que iba desierto, nos plantamos en la estación de Termini.
Nuestro hotel estaba bastante cerca de la estación, por lo que en 15 minutos andando pudimos dejar las maletas y empezar a recorrer Roma. Por suerte, el hotel se alojaba al suroeste de la estación de Termini, ya que la zona del este de la estación tiene bastante mala fama (y bastante mala pinta…).
Íbamos sin un plan previo, pero teníamos claro que queríamos visitar. Por miedo a las aglomeraciones, decidimos empezar por el Vaticano, ya que dicen que se forman grandes colas por el control de seguridad que hay para acceder. Llegar fue bastante sencillo, un bus de cerca del hotel nos dejaba en las aproximaciones de la plaza San Pietro.
Para el bus, hicimos como los lugareños, entrar por las puertas traseras del bus y no pagar. Al abrir las puertas del bus, todos los romanos suben y ninguno pica. Pensábamos que era costumbre no pagar, aunque hace poco he descubierto de que la mayoría tienen un bono de transporte anual que no necesita validación al subir al bus… Pero bueno, nuestra ignorancia hizo ahorrarnos unos euros en el fin de semana.
El autobús nos dejó cerca de la plaza San Pietro, y después de atravesar una calle, la enrome y popular plaza se habría ante nuestros ojos (aunque yo la imaginaba más grande). Ante nosotros se presentaba la majestuosidad y la opulencia del vaticano.
Después del control “fronterizo” (el Vaticano es un país independiente), y de una foto furtiva a la guardia suiza con su vestimenta peculiar, empezamos la visita subiendo a la cúpula. La subida se puede hacer a pié, o en ascensor los primeros 500 escalones, y los otros 300, en escaleras empinadas y muy estrechas, con forma curva (como la de la cúpula) se han de hacer a pié obligatoriamente. La primera opción, rondaba los 5€, la segunda, los 8’50€, y estando frescos, preferimos ahorrarnos unos euros y hacer culto al cuerpo. Las primeras 500 escaleras son bastante aburridas, se hacen en tramos muy largos de escaleras de caracol. De vez en cuando, alguna ventana con rejas te permite ver vistas la Plaza San Pietro.
Media hora después, sorteamos las difíciles escaleras y llegamos arriba de la cúpula. El esfuerzo merece la pena por las vista de la plaza, ver más de cerca la cúpula más grande del mundo, ver desde arriba el tamaño de los altares, las columnas y el resto de riquezas que tiene el Vaticano. Además, se puede pasear por la terraza que hay en frente y acercarte a las figuras que coronan la fachada del Vaticano.
Después, dimos un paseo por el resto de la basílica, vimos el altar, los restos de un papa fallecido (que tenían en exposición, demasiado tétrico para mi gusto), y seguir admirando las riquezas que muestra el lugar, decidimos continuar la visita al museo vaticano. Nos cansamos pronto de tanto guardia suizo (unos tios tan enormes que te persiguen con la mirada, dan miedo), de tanta riqueza y de tanta opulencia para un lugar tan sagrado…
A 10 minutos andando, encontramos la puerta del museo Vaticano. La entrada rondaba los 14€, aunque pudimos rascar un descuento por carnet de estudiante… El museo es enorme, aunque no disponíamos de demasiado tiempo y nos fuimos directos a lo que queríamos ver: la capilla Sixtina.
La capilla Sixtina sencillamente es una obra de arte espectacular. Nos quedamos media hora mirando los grabados del techo y las paredes de este sitio del que tanto se oye hablar por su arte, y por las elecciones papales que se celebran en ella.
Al salir, era el medio día, por lo que decidimos ir a comer por la zona. Para comer, hicimos la guirada de menú por 10€ de ensalada y pizza y bebida, en el peor sitio donde estuvimos, con diferencia. No salimos demasiado contentos, pero queríamos seguir recorriendo Roma.
Cogimos el bus, y nos fuimos hasta la piazza di Spagna. En esta plaza famosísima, dónde está el consulado español, nos sentamos en las escaleras, como todo el mundo, aunque sin saber bien que es lo que hace tan famosa a esta plaza. Esta plaza está en medio de la calle que se limita por la plaza Popolo y desde la cual, como dice el libro de Ángeles y Demonios, se pueden ver dos obeliscos al extremo de la calle.
Después de disfrutar la plaza (¿?), subimos andando por la via del Babuino hasta la piazza del Popolo. Roma está llenísima de plazas. La plaza tiene en el centro un obelisco y a los lados, varias esculturas. Justo donde se juntan la via del Babuino y la vía del Corso, está la Iglesia de Santa Maria in Montesanto (cosa que entonces ignoramos, pero dijimos, mira, otro edificio chulo!).
Seguimos el paseo volviendo a bajar por la vía del Corso, calle llena de tiendas locales muy baratas.. Siguiendo esta calle, a un lado podemos encontrar el Panteón de Agripa, y al otro la Fontana di Trevi.
Empezamos por el panteón. Es curioso como después de atravesar tres o cuatro calles estrechas, de repente se abre una plaza con un edificio que se construyó en tiempos de los romanos y se conserva casi intacto.
De aquí partimos a la Fontana de Trevi. Para Jose, lo más bonito de la ciudad. Está llena de turistas, pero vale la pena esperar cinco minutos para poder coger sitio y sentarte delante, admirando la grandísima escultura. Yo no soy un apasionado del arte, pero si te vas fijando en todos los detalles, es impresionante.
De paso, en una heladería de al lado, cogimos el primer (y desde luego, no el último) helado de Nutella, que estaba riquísimo. Después fotos, y a tirar monedas, siguiendo la tradición , a ver si encontramos el amor en Roma, o al menos, volvemos. Aquí tampoco nos supo mal tirar las monedas ya que por lo visto son recogidas por el ayuntamiento y las destinan a fines sociales.
Ya atardeciendo y cansados, decidimos ir un rato al hotel a tumbarnos un rato y darnos una ducha antes de salir a cenar. Hemos madrugado y vamos andando a todos sitios, así que nos merecemos un rato de descanso.
Para cenar, cogemos el bus y nos dirigimos a Trastevere, un barrio pintoresco muy bonito dónde hay muchos restaurantes y pubs dónde van los lugareños, y no los turistas. Para cenar, escogemos un restaurante de los que son tal y como te imaginarías un restaurante de Roma. Para cenar, ensalada y un plato de pasta que escogemos un poco al azar, porque no entendemos la carta. Yo pedí especie de macarrones con calamares en su tinta muy ricos.
Después, un paseo, otro helado de nutella (muy digestivo) y de vuelta al hotel, que queremos descansar que al día siguiente nos toca tute otra vez. Solo son dos días y hay que aprovechar. Nos da pena no aprovechar la vida nocturna del barrio, pero decidimos dejar las copas para mañana.
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