Nos levantamos temprano y con ganas de disfrutar del buffet libre del hotel. El buffet es bastante parecido al de cualquier hotel de España: embutidos, dulces, pan y tostadas, mermeladas, café, zumos… aunque nos viciamos a una especie de crema de chocolate o nocilla riquísima.
Nuestro hotel se aloja a 25 minutos andando del centro histórico, por lo que nos planteamos empezando el día saliendo a pié. Queremos empezar por ir al centro histórico, donde están frente a frente Santa Sofia y la Mezquita Azul.
De camino al centro, descubrimos que al lado está el Gran Bazar, por lo que las ganas de verlo (sobretodo por los compradores que hay en el grupo) nos hace meternos. El gran Bazar es una especie de mercadillo gigante, lleno de calles y puestos de todo tipo: tiendas de alfombras, de ropa, de té y especias, cambio de dinero… Aquí decidimos cambiar dinero, ya que al cambio es dónde más rentable nos sale, mucho mejor que en el aeropuerto y que en las oficinas que hay por la calle.
Después de estar cerca de dos horas dando vueltas (es grandísimo), salimos a la calle y seguimos, paralelos al tranvía, hasta el casco antiguo. Yendo por la calle, nos salen a la caza varios camareros de algunos restaurantes para que vayamos a comer, y no son ni las 12 del medio día, pero así hacen para que vayamos después. Uno de ellos, Jasim (o al menos, suena así), sabe hablar español y nos conquista…
Esta gente sabe mucho de vender, y si te descuidas te venden hasta lo que llevas puesto. Proseguimos con el paseo y llegamos a una plaza, desde donde hay una vista muy chula de la mezquita azul. Es la primera vez que la vemos y, al menos yo, me quedo flipado. Es alucinante, es preciosa, y sobre todo, es diferente a los edificios, catedrales y monumentos que estoy acostumbrado a ver.
Sobre las 12 y algo, nos sorprende la llamada a la oración que se escucha por toda la ciudad. Ves como algunas tiendas, cercanas a las mezquitas, cierran.
Justo al lado de la plaza están la cisterna basílica. Nos cuesta unas 10 YTL (nuevas liras turcas, al cambio, unos 5€). Estas cisternas se construyeron en el siglo VI d.C:. para ir almacenando agua al palacio Bizantino. Es una pasada de ver. Es curioso ver todas las columnas con luz tenue, los peces que corren por el agua, y unas cabezas de medusa inmensas que no se sabe cómo llegaron hasta allí.
Justo en frente se encuentra Ayasofia, lo que fue una catedral, después una mezquita (añadiéndole unos minaretes, las torres desde donde se hace la llamada a la oración) y actualmente, un museo. Es la típica foto de Estambul, tiene una de las 4 cúpulas más grandes del mundo.

Entrar nos cuesta 20 YTL (unos 10€ al cambio) pero que valen la pena pagarlos en un edificio que ha sobrevivido a 1500 años de historia, invasiones y terremotos… Es curioso dentro, como combina grabados Cristianos con unos grandes símbolos musulmanes en árabe, y es curioso como los musulmanes respetaron estos grabados contrarios a su religión. Paseamos, y hacemos el ritual de meter el dedo, girar la mano y pedir un deseo en una columna, donde un antiguo reí se dio de cabeza y se curó de algo, o eso creí entender a un guía en inglés que había por allí.
Paseando por fuera y viendo unos restos muy antiguos de algo parecido a unas tumbas, se nos pone a llover y decidimos que es hora de ir a comer. Comemos por allí. Elegir un sitio donde comer en Estambul es todo un ritual si quieres ahorrarte algo. Consiste en mirar precios, preguntar, y regatear con el camarero de turno… Al final decidimos ir a comer un menú por 10 YTL (5€!!) un menú con kebab patatas fritas, arroz, pan de pita riquísimo y postre…
Después de comer, sacamos los paraguas, las cámaras y nos disponemos a ir a la mezquita azul. Para mí, el edificio más bonito y espectacular de Estambul. Se entra por una especie de murallas, con unas puertas concretas para turistas. Dentro vuelve a ser otro espectáculo, repleto de azulejos y vidrieras azules. Poca gente viene a rezar aquí…
La entrada se divide entre gente que va a rezar, y turistas que van de visita. Entrar es todo un ritual, tienes que quitarte los zapatos y entrar descalzo con unas bolsas de plástico… y los pies chorreando de la lluvia! Las chicas deciden ponerse un pañuelo en la cabeza para entrar, cosa que después nos enteramos que no era obligatoria, pero valió la pena verlas así.
La lluvia y el cansancio puede con nosotros, por lo que decidimos ir al hotel a descansar un rato antes de salir a cenar. De vuelta, decidimos coger una ruta alternativa, por detrás de la mezquita, para volver al hotel, pensando que encontraríamos alguna calle recta paralela al mar Mármara. Pero nos metemos en un barrio lleno de callejuelas, adoquines y cuestas caóticas.
Entramos en un super muy pequeño y compramos unas galletas riquísimas. Supongo que esto sí que es la verdadera Estambul donde vive la gente local.
Después de una ducha y una pequeña siesta improvisada (me quedé frito viendo la tele), salimos a cenar. Por unas 20 YTL cenamos una especie de parrillada de carne con patatas en el restaurante donde nos encontramos al tipo que sabía español (cosa que después nos daríamos cuenta que es algo muy común). Le pedimos que nos recomiende algún sitio para ir a tomar un té una fumar una sisha de sabores, y nos cuenta que ha quedado para cenar con una chica, y que nos acompañarán. Al salir del restaurante, vemos pasar a una camión quitanieves y comprobamos que ¡está nevando!
El sitio está en la plaza que hay entre la mezquita azul y Ayasofia. Hace calor, está lleno de turcos fumando sisha (todo hombres) y turistas. El camarero del restaurante, Jasim, conoce a uno de los camareros. Tomamos té de naranja y de manzana, buenísimos. Y fumamos sisha de menta (la mejor) y de otros sabores. El local en cuestión está ambientado por un grupo que toca música turca en directo, y al rato aparece un bailarín improvisado… Mucho arte.
Jasim nos enseña cómo se fuma sisha, no para de hacer bromas y nos explica algunas cosas de Estambul. Dice que es feliz trabajando de camarero ya que no para de conocer a gente de fuera. El pueblo turco parece muy acogedor con los extranjeros. Y es curioso cómo les cambia la cara a algunos turcos que te hablan de Estambul, de lo que les gusta su ciudad y de lo orgullosos que se sienten al vivir allí.
Antes de las 12 decidimos recogernos para que nos dé tiempo a coger el último tranvía de vuelta al hotel.
Nuestro hotel se aloja a 25 minutos andando del centro histórico, por lo que nos planteamos empezando el día saliendo a pié. Queremos empezar por ir al centro histórico, donde están frente a frente Santa Sofia y la Mezquita Azul.
De camino al centro, descubrimos que al lado está el Gran Bazar, por lo que las ganas de verlo (sobretodo por los compradores que hay en el grupo) nos hace meternos. El gran Bazar es una especie de mercadillo gigante, lleno de calles y puestos de todo tipo: tiendas de alfombras, de ropa, de té y especias, cambio de dinero… Aquí decidimos cambiar dinero, ya que al cambio es dónde más rentable nos sale, mucho mejor que en el aeropuerto y que en las oficinas que hay por la calle.
Después de estar cerca de dos horas dando vueltas (es grandísimo), salimos a la calle y seguimos, paralelos al tranvía, hasta el casco antiguo. Yendo por la calle, nos salen a la caza varios camareros de algunos restaurantes para que vayamos a comer, y no son ni las 12 del medio día, pero así hacen para que vayamos después. Uno de ellos, Jasim (o al menos, suena así), sabe hablar español y nos conquista…
Esta gente sabe mucho de vender, y si te descuidas te venden hasta lo que llevas puesto. Proseguimos con el paseo y llegamos a una plaza, desde donde hay una vista muy chula de la mezquita azul. Es la primera vez que la vemos y, al menos yo, me quedo flipado. Es alucinante, es preciosa, y sobre todo, es diferente a los edificios, catedrales y monumentos que estoy acostumbrado a ver.
Sobre las 12 y algo, nos sorprende la llamada a la oración que se escucha por toda la ciudad. Ves como algunas tiendas, cercanas a las mezquitas, cierran.
Justo al lado de la plaza están la cisterna basílica. Nos cuesta unas 10 YTL (nuevas liras turcas, al cambio, unos 5€). Estas cisternas se construyeron en el siglo VI d.C:. para ir almacenando agua al palacio Bizantino. Es una pasada de ver. Es curioso ver todas las columnas con luz tenue, los peces que corren por el agua, y unas cabezas de medusa inmensas que no se sabe cómo llegaron hasta allí.
Justo en frente se encuentra Ayasofia, lo que fue una catedral, después una mezquita (añadiéndole unos minaretes, las torres desde donde se hace la llamada a la oración) y actualmente, un museo. Es la típica foto de Estambul, tiene una de las 4 cúpulas más grandes del mundo.
Entrar nos cuesta 20 YTL (unos 10€ al cambio) pero que valen la pena pagarlos en un edificio que ha sobrevivido a 1500 años de historia, invasiones y terremotos… Es curioso dentro, como combina grabados Cristianos con unos grandes símbolos musulmanes en árabe, y es curioso como los musulmanes respetaron estos grabados contrarios a su religión. Paseamos, y hacemos el ritual de meter el dedo, girar la mano y pedir un deseo en una columna, donde un antiguo reí se dio de cabeza y se curó de algo, o eso creí entender a un guía en inglés que había por allí.
Paseando por fuera y viendo unos restos muy antiguos de algo parecido a unas tumbas, se nos pone a llover y decidimos que es hora de ir a comer. Comemos por allí. Elegir un sitio donde comer en Estambul es todo un ritual si quieres ahorrarte algo. Consiste en mirar precios, preguntar, y regatear con el camarero de turno… Al final decidimos ir a comer un menú por 10 YTL (5€!!) un menú con kebab patatas fritas, arroz, pan de pita riquísimo y postre…
Después de comer, sacamos los paraguas, las cámaras y nos disponemos a ir a la mezquita azul. Para mí, el edificio más bonito y espectacular de Estambul. Se entra por una especie de murallas, con unas puertas concretas para turistas. Dentro vuelve a ser otro espectáculo, repleto de azulejos y vidrieras azules. Poca gente viene a rezar aquí…
La entrada se divide entre gente que va a rezar, y turistas que van de visita. Entrar es todo un ritual, tienes que quitarte los zapatos y entrar descalzo con unas bolsas de plástico… y los pies chorreando de la lluvia! Las chicas deciden ponerse un pañuelo en la cabeza para entrar, cosa que después nos enteramos que no era obligatoria, pero valió la pena verlas así.
La lluvia y el cansancio puede con nosotros, por lo que decidimos ir al hotel a descansar un rato antes de salir a cenar. De vuelta, decidimos coger una ruta alternativa, por detrás de la mezquita, para volver al hotel, pensando que encontraríamos alguna calle recta paralela al mar Mármara. Pero nos metemos en un barrio lleno de callejuelas, adoquines y cuestas caóticas.
Después de una ducha y una pequeña siesta improvisada (me quedé frito viendo la tele), salimos a cenar. Por unas 20 YTL cenamos una especie de parrillada de carne con patatas en el restaurante donde nos encontramos al tipo que sabía español (cosa que después nos daríamos cuenta que es algo muy común). Le pedimos que nos recomiende algún sitio para ir a tomar un té una fumar una sisha de sabores, y nos cuenta que ha quedado para cenar con una chica, y que nos acompañarán. Al salir del restaurante, vemos pasar a una camión quitanieves y comprobamos que ¡está nevando!
El sitio está en la plaza que hay entre la mezquita azul y Ayasofia. Hace calor, está lleno de turcos fumando sisha (todo hombres) y turistas. El camarero del restaurante, Jasim, conoce a uno de los camareros. Tomamos té de naranja y de manzana, buenísimos. Y fumamos sisha de menta (la mejor) y de otros sabores. El local en cuestión está ambientado por un grupo que toca música turca en directo, y al rato aparece un bailarín improvisado… Mucho arte.
Jasim nos enseña cómo se fuma sisha, no para de hacer bromas y nos explica algunas cosas de Estambul. Dice que es feliz trabajando de camarero ya que no para de conocer a gente de fuera. El pueblo turco parece muy acogedor con los extranjeros. Y es curioso cómo les cambia la cara a algunos turcos que te hablan de Estambul, de lo que les gusta su ciudad y de lo orgullosos que se sienten al vivir allí.
Antes de las 12 decidimos recogernos para que nos dé tiempo a coger el último tranvía de vuelta al hotel.
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